En la planicie cubierta de nieve los últimos ecos del clamor de la batalla habían cesado. La furia fragorosa del entrechocar de espadas y hachas y los gritos de agonía habían dejado rastros rojos sobre la inmaculada blancura de la nieve. El pálido sol arrancaba destellos plateados de los despojos de las corazas destrozadas y las espadas rotas diseminadas por el campo de batalla, en el que yacían los restos de miles de hombres y animales muertos… manos sin vida aferrando las empuñadoras de espadas rotas, cabezas cubiertas con cascos rotos echadas hacia atrás en un ultimo y lúgubre estertor de agonía, mientras la nieve que el viento arrastraba los iba poco a poco envolviendo como un sanguíneo presente al Dios de los parajes helados…
No había cerrado los ojos, me resistía a aceptar mi destino final… estaba rodeado por los despojos ensangrentados de mis camaradas. Habíamos peleado con bravura, defendiendo lo nuestro, ¡y habíamos triunfado! Aunque ahora solo quedaba yo, la sangre de mis enemigos bañaba mi cuerpo y sentía como se iba congelando poco a poco. Yo era el único ser vivo en ese paisaje desolado, me cubría el cielo helado y ante mi se extendía la blanca planicie sin limites, tachonada de cadáveres como estrellas en ese cielo que probablemente no volvería a ver… era como un fantasma deambulando sobre las ruinas de un mundo muerto. El silencio mas abrumador que había sentido en toda mi vida era lo único que podía percibir…
Muchas heridas había recibido en el fragor de la batalla. Mi sangre se había mezclado con la de mis enemigos, repentinamente me di cuenta de que estaba profundamente cansado. El resplandor del sol cortaba mis ojos como una afilada daga, pero no podía ceder, debía continuar, debía tratar de llegar a mi hogar, pues sabia que aun habría mas batallas, debía tratar de… no!, no podía… a cada paso mis piernas amenazaban con romperse, a cada paso la idea de solo dejarme caer y esperar mi destino se volvía mas placentera… después de dar unos poco tambaleantes pasos el resplandor de los campos helados pareció atenuarse… y me ví envuelto por una luz cegadora. Me desplome sobre la nieve, trate de ponerme de rodillas y sacudir mi cabeza para despojarme de la ceguera que lenta y omniosamente se cernía sobre mi conciencia. Cuando mi vista se aclaro un poco note algo extraño flotando en el ambiente, algo que no podía precisar ni definir, como una especia de luminiscencia que permeaba el cielo y la tierra… de repente note la presencia de una mujer, estaba frente a mi, balanceándose como un árbol joven al viento. En medio de mi aturdimiento note que su piel parecía hecha de marfil, excepto por un ligero velo de gasa estaba desnuda… sus delicados pies eran mas blancos que la nieve que estaban pisando… Ella se echo a reír mientras me miraba fijamente, y su risa era más dulce que el murmullo de mil fuentes cantarinas, pero Dios mío, estaban cargadas de un cruel halito de ironía.
-¿Quién eres?- le pregunte, -¿De donde vienes?
-Que importa…- respondió, y su voz era mas musical que la melodía de un arpa de cuerdas de plata… pero esta teñida de un dejo de crueldad…
-Puedes llamar a tus hombres- repliqué mientras me aferraba más y más a mi espada-. Aunque estoy a punto de morir, muchos de ellos se irán conmigo, y el llanto de sus viudas me acompañara en mi descenso a los infiernos. Veo que eres una de su tribu…
-¿Te lo había dicho?- Preguntó la chica…
Mi mirada se poso nuevamente sobre sus rizos rebeldes, a primera vista me habían parecido tan rojos como la sangre que se congelaba en la planicie. Me di cuenta de que aquel cabello no era rojizo, ni rubio, sino una gloriosa combinación de ambos tonos. Estaba preso de la fascinación. Su cabello era de un color dorado mágico, el sol se reflejaba con tal intensidad en su cabellera que apenas podía mirarla. Sus ojos no parecían del todo azules ni absolutamente grises, sino que cambiaban de color con la luz y con el resplandor de las nubes, creando tonalidades que jamás había visto. Sus labios rojos y carnosos sonrieron y desde los ligeros pies hasta la cegadora corona de su cabello rizado, aquel cuerpo de marfil era tan perfecto como el sueño de un dios. Sentí como mi sangre se agolpaba en mis sienes…
-No sé quien eres o de donde vienes- le dije-, no sé si eres amiga o enemiga mía. He recorrido muchas tierras, pero jamás había visto una mujer como tú. Tus rizos me ciegan con su fulgor. Jamás había visto un cabello semejante, ni siquiera entre las mujeres más blancas de los parajes mas allá del norte, lo juro por el Señor de las Nieves…
-¿Y tú quien eres para juzgar en el nombre de aquel que no puedo ni ser nombrado? –me interrumpió con tono burlón-. ¿Qué sabes tú acerca de los dioses del Hielo y de la Nieve, tú que vienes del sur para aventurarte entre gentes extrañas?
-¡Por los oscuros dioses de mi raza! –grité furioso-. ¡Aunque no sea un hijo del norte de cabello dorado, ninguno de ellos ha sido más diestro que yo manejando la espada! Hoy he visto caer a muchísimos hombres, y solo yo he sobrevivido en el campo de batalla en el que los hombres de Wulfhiria se enfrentaron contra los lobos de Bragui. Dime mujer, ¿no has visto el brillo de las corazas sobre las llanuras nevadas? ¿No has visto hombres armados avanzando sobre el hielo?
-He visto brillar la escarcha bajo los rayos del sol –respondió ella-. Y he oído al viento susurrando sobre las nieves eternas.
-Dargoy debió haberse unido a nosotros antes de que empezara la batalla –dije-. Me temo que el y sus guerreros hayan caído en un emboscada. Wulfhiria y sus hombres están muertos… yo creí que no había ninguna aldea en muchas leguas a la redonda, pues la guerra nos llevo muy lejos; pero tú no puedes haber venido de lejos, con tanta nieve y estando desnuda. Llévame a tu aldea, si acaso eres de Icelion, pues me siento débil y cansado a causa de las heridas que he recibido en el fragor de la batalla.
-Mi aldea se encuentra mucho más allá de lo que tu puedes recorrer andando –dijo ella riendo-. Después extendió sus brazos y se balanceo enfrente de mí, agitando sensualmente su dorada cabellera, sus ojos centellearon semiocultos detrás de sus sedosas pestañas.
-¿No soy hermosa, oh, Extraño?
-Como el alba que juega desnuda sobre la nieve –murmure mientras sentía como el lobo empezaba a surgir dentro de mí...
-Entonces, ¿Por qué no te levantas y me sigues? ¿Quién es el valiente guerrero que de queda postrado delante de mí? –dijo ella con su voz cantarina cargada de un sarcasmo enloquecedor-. Quédate acostado sobre la nieve y muere como los demás necios, oh, Extraño de rizada cabellera. Tú no puedes seguirme a donde yo te llevaría…
Sentí como mi rostro se contraía por el terrible esfuerzo que efectué para poder levantarme. La ira embargaba mi alma, pero el deseo que me inspiraba el tentador cuerpo que tenia delante de mi me martilleaba en las sienes y hacia hervir la sangre en mis venas. Una pasión feroz y agónica invadía todo mi ser, hasta el punto de que la tierra y el cielo me parecían bañados en sangre… en medio de mi locura me olvide del cansancio y de la enorme debilidad que sentía. Envaine mi espada y tendí mis manos hacia ella, para tocar su carne suave y delicada. Pero ella lanzo un leve grito y retrocedió entre risas, echándose a correr… volteando de vez en cuando por encima de su blanco hombro. Y la seguí mientras lanzaba feroces gruñidos por el esfuerzo. Me había olvidado de la lucha, de los guerreros armados que yacían bañados en sangre; me había olvidado de Dargoy y de sus hombres, que no llegaron a tiempo para la batalla. Solo tenía en mente la esbelta silueta blanca que parecía flotar en el aire en lugar de correr sobre la tierra delante de mí…
La persecución continuó a través de la cegadora llanura blanca. El campo rojo había quedado muy atrás, pero seguía andando tras de ella tenazmente. Mis pies cubiertos con una malla de acero rompieron la helada corteza y se hundieron hasta los tobillos en la tierra cubierta de nieve, pero seguí avanzando, solo sostenido por el indomable deseo que había surgido en mí. La muchacha danzaba sobre la nieve ligera como una pluma flotando en el aire; sus pies desnudos apenas dejaban huellas en la escarcha helada. A pesar del fuego que ardía en mi interior, el frío me mordía a través de la cota de malla y del manto forrado de piel que vestía, pero la joven con el tenue velo de gasa corría tan ligera y alegre como si estuviera bailando entre las palmeras y los jardines de rosas de mi casa en el sur. Ella iba siempre adelante, y yo no podía dejar de seguirla…
-¡No podrás escapar de mi! –Rugí- ¡Si me conduces a una trampa apilare las cabezas de tu gente a tus pies! ¡Y si te ocultas, abriré las montañas hasta que te encuentre! ¡Te seguiré hasta el mismísimo infierno!
Sentía como la espuma fluía de mis labios mientras la enloquecedora risa de la muchacha llegaba hasta mis oídos. Me llevo cada vez más lejos hacia el interior de la estepa. A medida que pasaban las horas y el sol se ocultaba detrás de la línea del horizonte el paisaje cambiaba; la extensa planicie dio paso a unas pequeñas colinas que ascendían hasta convertirse en accidentadas cordilleras. Allá a lo lejos se divisaba una cadena de elevadas montañas, cuyas azules nieves eternas se teñían de rojo bajo el sol del poniente. En el cielo oscuro brillaban resplandecientes los rayos de la aurora boreal. Se tendían como un abanico al cielo, como heladas hojas de luz gélida que cambiaban de color con y cuya intensidad aumentaba por momentos. El cielo brillaba por encima de mi cabeza con una luz y un resplandor extraños. La nieve tenía un brillo misterioso y sobrenatural: por momentos era de un azul helado, luego de color carmesí o de un frío tono plateado. Y yo seguía avanzando determinado a través de aquel helado reino deslumbrante y encantado, en un laberinto cristalino en el que la única realidad era el blanco cuerpo que bailaba sobre la nieve lejos de mi alcance… cada vez más lejos de mi alcance.
No me asombre ante la extrañeza de todo aquello, ni siquiera cuando de pronto, dos gigantescas figuras se alzaron para cerrarme el paso. Las escamas de las cotas de malla de los desconocidos estaban llenas de escarcha y sus cascos y hachas de guerra estaban cubiertos de hielo. La nieve salpicaba sus cabelleras y sus barbas estaban blancas de carámbanos y de cristalillos helados. Sus ojos eran tan fríos como la luz que llegaba a raudales del cielo…
-¡Hermanos! –exclamo la muchacha bailando entre ellos-. ¡Mirad quien me sigue! ¡Os he traído un hombre para que lo matéis! ¡Arrancadle el corazón para colocarlo humeante sobre la mesa de nuestro padre!
Los gigantes contestaron con rugidos que parecían el chirriar de los icebergs al rozar contra las heladas piedras de una costa rocosa. Levantaron sus hachas que brillaron bajo la luz de las estrellas, y en ese momento me abalance enloquecido sobre ellos… una helada hoja brillo ante mis ojos, cegándome con la intensidad de su fulgor, pero fui mas rápido: devolví un mandoble que cerceno la pierna de uno de mis enemigos a la altura de la rodilla. Cayó exhalando un lamento y en ese mismo instante sentí un terrible dolor en mi hombro izquierdo por el terrible golpe que me había dado el otro, del cual solo me salvo la malla que llevaba puesta. Se cernió sobre mí como un coloso tallado en hielo, recortándose contra el frío cielo. El hacha cayo rabiosa… pero en el último momento conseguí girar sobre mi hombro y esta se hundió profundamente en la tierra helada. Mientras el gigante trataba desesperadamente de liberarla me incorpore y hundí mi espada en su pecho con la rapidez de un rayo. Las rodillas del titán se doblaron y se derrumbo lentamente sobre la nieve, que se tiño de carmesí por la sangre que manaba de su cuello seccionado…
Cuando voltee, ví a la muchacha cerca de mí, mirándome con los ojos muy abiertos por el horror; el aire de sorna había desaparecido de su rostro. Entonces grite mientras las gotas de sangre caían de mi espada agitada por mi mano en la intensidad de la pasión que me consumía.
-¡Llama al resto de tus hermanos! ¡Yo arrancare sus corazones y los devorare junto con mis Lobos! No podrás escapar de mi…
Con un grito de horror la muchacha se volvió y huyo rápidamente. Ya no se reía ni se burlaba cuando me miraba por encima de su blanco hombro. Ahora estaba corriendo como si en ello le fuera la vida. Pero por mas que yo trataba de alcanzarla, forzando hasta la ultima fibra de mis músculos, ella seguía alejándose bajo los cielos iluminados por los fuegos de la hechicería, hasta que se convirtió en una figura diminuta… luego en una blanca llama que danzaba sobre la nieve, y por ultimo en una pequeña mancha perdida a lo lejos…
Pero no me iba a rendir, apretando los dientes seguí corriendo en pos de ella, sentía la sangre que manaba de mis encías fluir entre mis labios por el terrible esfuerzo, y poco a poco la fui alcanzando, ya estaba a menos de cien pasos de mi. Ella seguía corriendo con un visible esfuerzo, con sus rizos dorados flotando al viento. Percibí el intenso jadeo en su pecho y ví el miedo reflejado en sus ojos cuando ella me miro por encima de su hombro. Las fuerzas parecían estar abandonando sus blancas piernas, corría a menos velocidad ya. El fuego infernal que ella había animado en mi me daba fuerzas para continuar, hasta que vi que ya era mía... me lance sobre ella cuando se volvio y emito un terrible grito de espanto, mientras extendia sus manos para rechazarme. La estreche al fin su esbelto cuerpo entre mis brazos mientras ella se arqueaba hacia atrás luchando desesperadamente por liberarse de mi. Su cabello dorado se agitaba al viento y caía sobre su rostro, cegándome con su resplandor. El contacto con ese hermoso cuerpo que se retorcía entre mis brazos me llevo al borde la locura… mis manos se hundieron frenéticas en su suave y blanda carne… una carne fría como el hielo. ¡Era como si estuviera abrazando un cuerpo de hielo en lugar del cuerpo de una mujer de carne y hueso! Ella echo a un lado su dorada cabellera, tratando de esquivar mis violentos besos, que lastimaban sus labios rojos y carnosos.
-Eres fría como la nieve –le dije-. Yo te calentare con el fuego de mi sangre…
Al tiempo que emitió un fuerte grito, empleando todas sus fuerzas logro escaparse de mis brazos, dejando en ellos su ligero velo de gasa. Dio un salto hacia atrás y me enfrento, con sus rizos de oro en completo desorden, su blanco pecho jadeante y sus hermosos ojos centelleando por el horror… me quede paralizado, abrumado ante aquella belleza terrible que se alzaba desnuda sobre la nieve… Repentinamente alzo los brazos hacia las luces que brillaban en el firmamento y exclamo con una voz que aun sigue resonando en mis oídos:
-¡Padre! ¡Oh, Padre mío, sálvame!
Salte hacia ella con los brazos extendidos para cogerla cuando, con un estampido como el de una inmensa montaña al desgajarse, el cielo entero se convirtió en un fuego helado. El cuerpo de marfil de la muchacha se volvió envuelto repentinamente en una llama azulada y fría, tan cegadora que tuve que levantar mis manos para protegerme los ojos. Durante un breve instante, los cielos y las montañas nevadas fueron inundadas por crepitantes llamas blancas, azules dardos de una luz helada y fuegos calidos de color carmesí… la muchacha había desaparecido. La resplandeciente extensión de nieve estaba ahora completamente desierta; por encima de mi cabeza las embrujadas luces jugueteaban en un cielo helado que parecía haber enloquecido. Entre las distantes montañas azuladas que se dibujaban a lo lejos se escucho un trueno estremecedor como el de un gigantesco carro de combate arrastrado por mil caballos frenéticos cuyos cascos despedían destellos al chocar contra la nieve, mientras del cielo llegaban ecos lejanos…
Luego la aurora boreal, las montañas cubiertas de hielo y el cielo llameante comenzaron a dar vueltas ante mis ojos, como si estuvieran ebrios. Miles de bolas de fuego estallaron lanzando una lluvia de chispas y el mismo cielo se convirtió en una rueda gigantesca que giraba despidiendo estrellas a medida que daba vueltas. Las montañas nevadas se alzaban como las olas del mar. Entonces perdí el conocimiento y caí sobre la nieve y ya no supe más de mi…
-Esta volviendo en si, Horsa –dijo una voz-. Date prisa, debemos quitarle el hielo de sus brazos y de sus piernas, para que pueda volver a empuñar la espada.
-No puedo abrir la mano izquierda –dijo el otro con un gruñido-. La tiene crispada…
En ese momento abrí los ojos y mire a los barbudos hombres que estaban inclinados sobre mi. Estaba rodeado de guerreros altos y rubios, que vestían cota de malla y pieles.
-¡Wolfsbane! –Exclamo uno de ellos-. ¡Estas vivo!
-¡Por el Diablo, Dargoy! –respondí jadeando-. ¿Estoy vivo o estamos todos muertos en el Valhala?
-Estamos vivos –respondió Asheim mientras masajeaba mis helados pies-. Nos tendieron una emboscada, de lo contrario hubiéramos llegado a tiempo para la batalla. Los cadáveres todavía estaban tibios cuando llegamos, pero Wolfsbane, en el nombre de Dios, ¿Por qué te fuiste hasta las estepas del norte? Seguimos tus huellas sobre la nieve durante horas. Si alguna tormenta las hubiera ocultado jamás te habríamos encontrado, ¡por el innombrable Señor de las Nieves!
-No jures tan a menudo por el –murmuro otro guerrero con aire inquieto, observando las lejanas montañas-. Esta es su tierra, y cuentan las leyendas que el dios vive en aquellas montañas.
-He visto una mujer –repuse confusamente-. Nos habíamos encontrado con los hombres de Wolfhiria en la llanura. No se durante cuanto tiempo estuvimos peleando. Fui el único sobreviviente y estaba mareado y exhausto. La tierra parecía un sueño; solo ahora las cosas me parecen naturales y conocidas. La mujer vino hacia mi, provocándome. Era hermosa como una helada llama del infierno. Una extraña locura me invadió cuando la miré, y me olvidé de todo. La seguí. ¿No habéis encontrado sus huellas? ¿No habéis visto a los gigantes helados a los que maté?
Dargoy respondió negativamente con un movimiento de cabeza.
-Solo encontramos tus huellas en la nieve, Wolfsbane –respondió.
-Entonces es probable que este loco –dije aturdido-. Y sin embargo vosotros no me parecéis más reales que aquella muchacha de cabellos dorados que corría desnuda sobre la nieve, delante de mí. No obstante, yo la vi desvanecerse entre mis propias manos, como una llama helada que se extingue súbitamente…
-Esta delirando –musito uno de los guerreros.
-¡No! –Exclamó uno de los hombres más viejos, de ojos salvajes y extraños-. ¡Era Atali, la hija del Dios de las Nieves, el gigante de hielo…! ¡Ella sale al campo de batalla y se deja ver por los moribundos! Yo la he visto cuando era un muchacho y estaba medio muerto después de la sangrienta batalla de Wolfraven. La he visto caminar entre los muertos, sobre la nieve su cuerpo desnudo brillaba como el marfil y su cabellera dorada resplandecía con un fulgor insoportable a la luz de la luna. Yo me acosté en el suelo y aullé como un perro moribundo porque no podía arrastrarme tras ella. Atrae a los sobrevivientes de las batallas y los lleva a los páramos para que sus hermanos, los gigantes de hielo, les den muerte; después les arrancan el corazón y lo depositan en la mesa de su padre. ¡Wolfsbane ha visto a Atali, la hija del gigante helado!
-¡Bah! –Gruñó Horsa-. El viejo Grom ha quedado mal de la cabeza por una herida que recibió en su juventud. Wolfsbane estaba delirando por los golpes recibidos en el fragor de la batalla; mirad cuantas abolladuras tiene en el casco. Cualquiera de esos golpes pudo afectarle el cerebro. El viene del Sur: ¿Qué sabe el de Atali?
-Quizás tengas razón –murmure-. Todo era tan extraño, tan misterioso y sobrenatural…
-¡Por el Demonio! ¡Mirad esto!
Me quede callado sumido en un mar de confusión al notar lo que aun aferraba con fuerza en mi mano izquierda. Los demás se quedaron boquiabiertos cuando vieron que sostenía un tenue velo de gasa…., un velo de gasa tan ligero y delicado que no podía haber sido tejido por manos humanas….